domingo, 30 de marzo de 2008

Precursores de la Neurología Argentina y el mundo en el siglo XIX

H.D. Fraiman


Introducción

«No hay nada que no pueda
empeorarse»
Juan Mairena
...ni que sea pasible de mejorar...
H.D.F.


En esta época fuertemente caracterizada por un exuberante
individualismo y una importante desidentificación globalizadora,
creo que nuestros jóvenes colegas merecen y
necesitan reencontrarse con sus raíces, al menos las neurológicas,
insoslayable primer paso para hallar la propia
identidad, y única forma de desarrollar y lograr madurez,
en este caso desde el punto de vista científico.
Conocer cuál es nuestra procedencia; quiénes fueron nuestros
ancestros y predecesores neurológicos, sus valores y
su valía.
Al decir de Pablo Picasso «ser original es volver al origen».
Saber sí, cómo comenzaron los hombres de otras latitudes
que se fueron convirtiendo en nombres legendarios, sea de
signos, maniobras o patologías, pero también, con humildad
pero sin sentimientos de inferioridad intelectual, rever
quiénes, cuándo y qué produjeron y pensaron nuestros compatriotas
de épocas pasadas, para ratificar o rectificar la
veracidad de nuestra percepción de septentrional paterni

dad excluyente e imperecedera, que solo logra mantener
nuestra espontaneidad inventiva (creatividad independiente
del nivel tecnológico, a poco de recordar las especulaciones
de Demócrito acerca de su teoría atómica, así como
las posteriores de Lucrecio, similares en ese sentido atómico,
quien además en su «Rerum Natura» incluye la hipótesis
de «una solución natural de las especies» absolutamente
pre-Darwiniana, utilizando ambos como único instrumento
el de sus mentes abiertas y su raciocinio profundo),
forma eficaz de perpetuar una profecía autocumplida, producto
y síntoma (causa-efecto-causa) quizá de nuestra inveterada
y proverbial inmunodeficiencia cultural.
Creo interesante conocer no solamente la neurogenealogía
remota, sino también (y especialmente) enterarnos de
lo sucedido en el siglo pasado y en éste que va declinando,
para que nuestras generaciones no terminen de perder sus
propios orígenes en la nocturna oscuridad de la ignorancia
y la indiferencia. Más aún, analizar la producción nacional
al margen de equiparaciones con otras extranacionales,
y verificar si poseyó o careció de algún tipo de originalidad
y validez propias.
Que los miembros del estamento «intermedio», que vivimos
la transición de la primera a la segunda mitad del siglo
XX, y tuvimos el privilegio de pertenecer a los claustros de
una de las más importantes Universidades de toda América
(e indudablemente la más importante de las de la América
latinoparlante), realidad y proyecto criminalmente abortados
en la inmisericorde «noche de los bastones largos» del
«Onganiato» del ’66, dejemos una especie de modesta crónica
a los que nos siguen y que por corresponsabilidades
propias y ajenas no pudieron ya tener Maestros, y hubieron
de conformarse con Profesores y Jefes.

A1 respecto, es posible que la época de los cincuentas y
sesentas fuera más proclive a que uno quisiera y sintiera
orgullo de pertenecer a una Escuela y asumirse Discípulo;
quizá la fuerte personalidad de los Maestros de entonces
no les generara la inclinación de formar «cuadros intermedios
» que siguieran profundizando su rumbo.
Seguramente se trata de una múltiple serie de factores concausales.
Tampoco creo ajena a estas diferencias, la existencia de
una actual cultura de consumismo solitario y virtual, Internet
e información cybernáutica mediante.
En fin, tiempos distintos, gente distinta; quizá la incompetencia
por nuestra parte, sumada a la posible alternativa de
que la «dorada juventud» contemporánea no pueda admitir
que alguien tenga la suficiente capacidad formadora,
prescindente de los límites rígidos, excluyentes y exclusivos
de la estadisticografía y la medicina basada en la evidencia.
Después de todo, el proyecto hegemonizador que finalmente
logró afincar entre nosotros, alejando a nuestro país
de su añeja presuntuosidad y soberbia cosmpolita, pero
también de sus peculiares características (sin intentar juicio
de valor alguno al respecto), ya lleva varias décadas, y
es posible que la interrelación personalizada médico-paciente
no fuera la única víctima de estos períodos que nos
tocan vivir: presumiblemente la de Maestro-Discípulo también
lo sea.
Sin pretender afirmar que antes algo hubiera sido mejor,
es innegable que reivindico que, al menos en lo cualitativo,
era distinto.
Quizá en ese entonces, ciertos investigadores y médicos
asistenciales pudieran sentirse menos dependientes, lo que
les permitiría un cierto grado de mayor creatividad; que
no necesitaran tanto del aval de que las cosas estuvieran
ya publicadas en idiomas foráneos para recién repetirlas y
corroborarlas.
Epocas en que quisiera sentir y pensar (aunque sólo se trate
de una delusión) que estábamos un poco menos dispuestos
(pero no del todo exentos) a adquirir todos los
«espejitos de colores» exógenos, y que sentíamos una mínima
mayor cantidad de respeto por nuestras propias opiniones,
hipótesis de trabajo... y errores, por qué no.
La intención del presente es, en suma, una introducción a
una futura indagación de la producción neurológica argentina,
proyecto con el que quien suscribe tiene un antiguo
compromiso personal que siente necesidad de cumplir de
una vez por todas.
En el peor de los casos, no solamente es humano errar,
también lo es evocar con añoranza mas sin melancolía,
otros momentos de nuestra historia profesional.

Texto completo: http://www.sna.org.ar/pdf/publicacion/vol_25_2000/n1/fraiman.pdf

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